Expresiones que no significan nada

Mis yayos tienen una pequeña casa de campo en un pueblo de Sevilla. Al llegar las vacaciones escolares, yayos, padres y nietos íbamos allí a pasar julio, agosto y un trozo de septiembre. El yayo iba a por un carrito de gaseosa y nos dejaba «beber a morro toda la que quisiéramos», dijesen lo que dijesen nuestras madres. Supongo que esto era lo que inauguraba nuestro verano.

La casa estaba un poco aislada, así que teníamos que divertirnos con lo que había allí: huerto, perros, gatos, árboles, piscina y primos. Hacíamos pócimas con hierbas y barro, perseguíamos a los gatos, nos tirábamos naranjazos, pisábamos el huerto (sin querer), nos pegábamos por el mando de la tele y dábamos por saco hasta que nos dejaban bañarnos en la piscina, ya que ninguno de nosotros creía en el famoso corte de digestión.

Los padres no se enteraban de todo, solo cuando íbamos llorándoles, pero el yayo se enteraba de CADA chandrío. No recuerdo que nos riñera a menudo, solo cuando nos portábamos FATAL y cuando hacíamos bastante daño a otro primo. Entonces nos decía «venid aquí» y pronunciaba una frase que nos acojonaba a todos. No sabíamos qué significaba, pero recuerdo que nos asustaba muchísimo y suponíamos que era lo más doloroso que se le podía hacer a una persona. Esta expresión era: como vuelvas a ____________ te voy a meter el brazo por la manga.

Esa frase era lo peor, pero lo peor. Cuando se alejaba después de pronunciar las palabritas nos quedábamos pensativos un buen rato y días después amenazábamos a los primos más pequeños con chivarnos de lo que fuera para que «les metiesen el brazo por la manga». Casi siempre lloraban. Vamos es que «saco la correa de becerro» no le llegaba ni al tobillo en la escala del miedo.

Por suerte, esa frase la reservaba para las «grandes ocasiones», no más de 3 veces por verano 🙂